JOSEPH RAMOS Y LA SABIDURIA ECONOMICA NEOLIBERAL
Simplemente grotesca. No cabe calificar de otro modo la intervención de Joseph Ramos, reputado académico y ex decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Chile, en el debate sostenido hace dos días atrás en la CNN sobre el financiamiento de la educación superior, en el que también intervinieron el ex ministro Sergio Bitar, autor del nefasto Crédito con Aval del Estado (CAE) con el que la Banca lucra a expensa del presupuesto público y de las familias pobres que aspiran a que sus hijos prosigan estudios superiores, y Francisco Figueroa, vicepresidente de la FECH.
La intervención de Ramos en este debate
fue tan pobre y destemplada que con toda justicia ha pasado casi desapercibida,
sobre todo considerando que lo que concentró la mayor atención de los
televidentes fue por un lado el descaro con que Bitar insistió en defender la
subvención estatal al lucro en la educación vía subsidio a la demanda y por el
otro la claridad y entereza con que dicho discurso fue desenmascarado y
refutado por el vicepresidente de la FECH. En su desesperación Bitar llegó a
invocar su remoto pasado como ex ministro del presidente Allende y como prisionero
de la dictadura.
A pesar de lo anterior, vale la pena
detenerse un instante a considerar el razonamiento esgrimido apasionadamente
por el profesor Ramos en nombre de la justicia y la decencia. Con toda razón,
Ramos advierte que en definitiva el problema se reduce a determinar quién y
cómo ha de pagar por el servicio educativo, habiendo en esto solo dos
posibilidades: o lo paga el "directamente beneficiado" como lo
denomina Ramos o lo paga la sociedad en su conjunto a través de los impuestos,
cosa que a él le parecería "una vergüenza" en el caso de la educación
superior.
Partamos por despejar cuál es el
significado y valor que le asignamos a la educación. Al igual que lo declarado
hace algunos días por Sebastián Piñera, para Ramos la educación -o al menos la
educación superior- es simplemente un bien económico o de consumo, cuyo costo
debe ser solventado por su demandante directo ya que él sería en definitiva su
único beneficiario. Si no puede hacerlo en forma inmediata, entonces debe
hacerlo con arreglo a sus ingresos futuros a través del endeudamiento. Por lo
tanto -aunque Ramos no llegó a decirlo- en esta lógica también deberían
eliminarse las becas.
Pero ¿es efectivo que la formación
profesional es un asunto de interés exclusivamente privado? ¿Son solo el
médico, el ingeniero, el agrónomo, el arquitecto o el profesor quienes cosechan
los frutos de su formación profesional? ¿Cómo podrían mejorar en un país los
estándares de salud, la calidad de los procesos y equipamiento productivo, los
rendimientos de la agricultura, la calidad de las construcciones o los niveles
de educación formal sin una apropiada dotación de tales profesionales? ¿Le
puede resultar indiferente a una sociedad el contar con un mayor o menor número
y calidad de profesionales?
La respuesta cae por su propio peso. Y
si el profesor Ramos parece no tener en consideración este aspecto decisivo del
problema es porque quizás se encuentra tan imbuido del credo neoliberal que le
parece lo más normal del mundo que un país carezca de un efectivo proyecto
nacional de desarrollo. Todo se reduce a la interacción en los mercados de una
multiplicidad de agentes económicos individuales que operan como oferentes y
demandantes únicamente en función de sus propios intereses. Desaparece así de
la mirada la sociedad como conjunto con intereses propios, comunes a todos sus
miembros.
Como buen liberal, Ramos seguramente
respondería que no es necesario que alguien vele por el interés colectivo de la
sociedad, que persiguiendo cada cual solo sus propios intereses individuales el
resultado que se alcanza de manera espontánea es, inevitablemente, el mayor
beneficio para todos. En consecuencia, estaríamos viviendo en el mejor de los
mundos posibles. La educación sería, entonces, una mercancía como cualquier
otra y quien desea apropiarse de ella tiene el deber de pagarla. ¿Y por qué no
extender este mismo razonamiento a las plazas, calles, puentes, luminarias y
vigilancia policial?
Pero el profesor Ramos no va tan lejos.
Lo que sostuvo en el foro de CNN es que los profesionales obtienen ingresos que
les permiten con creces pagar la educación que recibieron y que en cambio
hacerlo con cargo a los impuestos resultaría extremadamente injusto ya que
inevitablemente dejaría caer una parte de esa carga sobre los hombros de los
más pobres. Por lo tanto, en nombre de elementales criterios de justicia Ramos
no tiene empacho en calificar como una vergüenza o descaro la demanda levantada
por los estudiantes de educación gratuita incluso en el nivel terciario.
Sin embargo, el verdadero descaro en
este caso es el de quien debiendo verlo, por su formación y preparación
académica, sencillamente no ve, o simula no ver, que tras el modelo educativo
vigente se oculta, precisamente, la más indecente desigualdad social. Una
asimetría que se sustenta en una muy desigual distribución de la riqueza y que
es reproducida de manera obscena y permanente por una muy desigual distribución
del ingreso. Esta última se ve luego reforzada y exacerbada al máximo por un
sistema tributario profundamente regresivo que grava proporcionalmente más a
los pobres que a los ricos.
Con relación a esto último, puesto que
Ramos es un economista reputado, no puede ignorar la falsedad del argumento que
esgrime cuando señala que un financiamiento solidario de la educación superior
obligaría a pagar por ella a los más pobres. El sabe perfectamente que el
actual sistema tributario no provee los recursos que serían necesarios para
ello y que, por otra parte, tampoco es posible aumentar aún más la ya pesada
carga que soportan los sectores populares. En consecuencia, un financiamiento
solidario de la educación necesariamente pasa por obligar a los ricos a pagar
los impuestos que actualmente no pagan.
Más aún, una reforma tributaria es hoy
necesaria no solo para terminar con el paraíso fiscal del que actualmente se
benefician los más ricos, y muy particularmente las grandes empresas, y
financiar así solidariamente al menos el gasto en educación y en salud, sino
también para aliviar la carga tributaria de los más pobres. En efecto, es
imprescindible rebajar sustancialmente los impuestos indirectos, especialmente
el IVA, liberando incluso de su pago a los bienes de primera necesidad y a
otros cuyo consumo importa promover, como es el caso de los libros, y elevar
decididamente los impuestos directos.
De este modo se puede y se debe elevar
la carga tributaria global, disminuyendo simultáneamente la que pesa sobre la
gran mayoría de la población de menores ingresos. Se debe terminar también con
la inconmensurable serie de resquicios y triquiñuelas que les permiten a los
ricos eludir sus obligaciones tributarias. En el caso de la gran minería, cuyas
colosales ganancias salen de Chile en provecho de poderosos intereses
imperiales, lo mínimo que corresponde es elevar la tasa de impuesto adicional y
establecer un royalty de un 30 o 40% sobre el valor de las ventas.
Y como el profesor Ramos es un
economista perpicaz, comprenderá sin dificultad que por esta vía los
profesionales que efectivamente logren obtener altas rentas haciendo uso de los
conocimientos que finalmente adquirieron en la educación superior, también se
verán en la necesidad de aportar, y de manera permanente, una parte de sus
ingresos para solventar las necesidades de la sociedad en materia de educación,
salud, seguridad social u otras. Pero se tratará de profesionales cuyo paso por
la universidad no solo les permitió adquirir conocimientos puramente técnicos
sino también formarse como ciudadanos.