LO TECNICO Y LO POLITICO EN EL DEBATE ECONOMICO
En entrevista publicada el 30 de octubre en el diario “El Mercurio” (cuerpo
B, página 20), un alto ejecutivo empresarial, miembro del directorio del
Instituto Chileno de Administración Racional de Empresas (ICARE), afirma que si
la economía chilena no alcanza hoy mayores niveles de crecimiento es debido a
la preocupación prevaleciente por priorizar “problemas políticos”, como por
ejemplo el de la pésima distribución del ingreso existente en el país, por
sobre los problemas económicos. Me parece de interés examinar la función
ideológica de algunos de sus dichos, tales como los siguientes: “… se
están debatiendo más temas políticos que económicos … estamos muy focalizados
en la redistribución pero lo más importante es tener algo que distribuir …
Icare, sin sesgo político, tiene el deber de poner estos temas sobre la mesa”.
En efecto, este tipo de afirmaciones constituyen una de las argucias más
frecuentemente esgrimidas por los apologistas del sistema, muy especialmente
por los grandes círculos empresariales y por los más destacados exponentes del
pensamiento económico dominante. He citado, para ilustrar lo que afirmo, esta
declaración, pero resulta fácil constatar que los ejemplos abundan. El sofisma
consiste en establecer una contraposición impropia entre lo técnico y lo
político en el ámbito del debate en torno a las decisiones económicas,
proclamando además la primacía de lo primero sobre lo segundo, incluso hasta el
punto de restar toda relevancia práctica a esto último. Con ello se busca dar a
entender que las decisiones económicas sólo serían sensatas si se atienen
estrictamente al objetivo técnico de lograr la mayor eficiencia y eficacia
posibles en el marco del escenario social y político existente.
El supuesto tácito que subyace a este razonamiento, de claro sesgo
tecnocrático, es que la realidad social, y como parte constitutiva de ella la
realidad económica, sería expresiva de un orden natural, y por lo mismo
incuestionable, el que, a su vez, se halla en consonancia con el supuesto
carácter inherentemente individualista y egoísta del ser humano. En
consecuencia, se trata de un orden que, más allá de los buenos deseos que se
pudiera tener, impone inexorablemente sus propias restricciones a la acción de
los sujetos. El marco del debate se circunscribe entonces a las posibles
virtudes o defectos de los diversos cursos de acción que resultan compatibles
con el sistema económico vigente, descartando de plano la posibilidad o conveniencia
de intentar siquiera exceder ese marco. Ello sólo sería expresivo de una, a la
postre siempre perjudicial, ausencia de realismo, atribuible en última
instancia a la ignorancia de los principios básicos de la “ciencia económica”,
como suele sostener, por ejemplo, la senadora Mattei.
De este modo se impone en el discurso político dominante lo que, expresado
en los ya clásicos términos weberianos, corresponde a una racionalidad
instrumental por sobre una racionalidad sustantiva. Se opera, por tanto, una
total inversión de la relación que de hecho existe entre lo técnico y lo
político, y se procede a descalificar desde la partida, como un razonamiento de
rango inferior, todo posible cuestionamiento político del orden social
existente. Sin embargo, al revés de lo que se pretende establecer, en los
hechos no puede dejar de haber una primacía de lo político sobre lo técnico,
estando esto último siempre al servicio del mayor y mejor logro de los
objetivos que se fijan en el plano político. Sólo que, en el discurso
dominante, los fundamentos políticos de las decisiones suelen no expresarse de
manera explícita a objeto de evitar ser puestos en discusión. Ese es,
precisamente, el objetivo que se persigue con la sistemática descalificación de
una consideración esencialmente política de los problemas.
Como su propio nombre lo indica, la política tiene que ver con el cuidado
de la “Polis”, vale decir de la comunidad que conforman los seres humanos que
conviven en una sociedad. Tiene que ver con los intereses colectivos o, dicho
en los términos que suele utilizar la Iglesia, con la primacía del bien común.
Son, por tanto, las consideraciones políticas las que permiten fijar los
objetivos apropiados y establecer el rayado de cancha pertinente. Las
competencias técnicas han de ser aprovechadas luego para lograr en mayor y
mejor medida esos objetivos. En consecuencia, lo técnico está siempre al
servicio de lo político. El problema se plantea cuando, como lo hacía presente
por ejemplo el economista sueco Gunnar Myrdal, premio Nobel de economía 1974,
se opera una constante disonancia intelectual y moral entre el discurso de la
igualdad de derechos, universalmente asumido como basamento moral de la
sociedad moderna, y el discurso de la “ciencia económica” convencional, que
busca afanosamente racionalizar la cruda realidad de la desigualdad social
creada y recreada constantemente por el sistema económico capitalista.
Por lo tanto, el debate de los problemas económicos no sólo puede, sino que
se encuentra de hecho inevitablemente “politizado”. La demanda de
circunscribirlo al ámbito de lo meramente técnico no es más que una astucia de
las clases dominantes y sus voceros. Más aún, choca frontalmente con el interés
de conocimiento que es propio de la ciencia porque contribuye a invisibilizar
aspectos claves para la comprensión de la realidad social como lo son por
ejemplo los intereses contradictorios que orientan e impulsan la acción de
diversos sujetos sociales. Si uno examina, por ejemplo, los procesos de
desarrollo económico exitosos constatará que ese logro ha supuesto siempre un
conjunto de cambios cualitativos en el modo en que funciona la economía, los
que a su vez se hacen efectivamente posible mediante el desplazamiento del
poder de los sectores sociales que se beneficiaban del régimen económico
preexistente. Es, por tanto, el resultado de una profunda transformación global
de la sociedad, que se abre paso en medio de un agudo conflicto de intereses
que logra ser finalmente resuelto, de una u otra forma, a favor de los sectores
que la han impulsado por sobre los que se han esforzado por impedirla.
Es del todo evidente que lo mismo cabría decir de la profunda
transformación operada en la economía chilena a partir del golpe de 1973. En
consecuencia, una adecuada consideración de estos conflictos de intereses es,
sin duda, crucial para una cabal comprensión de los problemas y de la
naturaleza de los procesos económicos en curso. Sin embargo, esta dimensión del
problema es normalmente ignorada por el pensamiento económico convencional,
afanosamente empeñado desde hace ya varias décadas en “despolitizar” el examen
de los problemas económicos y circunscribir el razonamiento a la construcción
de ideales modelos matemáticos de crecimiento, concebidos completamente al
margen de las condiciones históricas reales que prevalecen en la sociedad. Se
opera así un virtual vaciamiento del pensamiento teórico en economía, que,
volviendo las espaldas a la naturaleza compleja, dinámica y contradictoria de
su objeto de estudio, se amolda sumisamente, pero con grandes e injustificadas
pretensiones de conocimiento, a los patrones formales de la racionalidad
lógico-matemática.
Este giro se ve, a su vez, enormemente facilitado tanto por el artificioso
fraccionamiento y compartimentación como por las injustificadas pretensiones de
total objetividad a que en los medios académicos se busca constreñir el
desarrollo de las ciencias sociales. Pero en definitiva se explica, lo mismo
que dicho fraccionamiento y pretensión de objetividad, por los intereses de conocimiento
que se hacen valer con fuerza en el seno de las ciencias sociales y muy
particularmente en el campo de la economía, dado el estrecho vínculo de esta
disciplina con los fenómenos que configuran la base material del poder en la
sociedad. Como lo señaló lúcidamente Karl Marx en su prólogo a la primera
edición de El Capital : “En el dominio de la economía
política, la investigación científica libre no solamente enfrenta al mismo
enemigo que en todos los demás campos. La naturaleza peculiar de su objeto
convoca a la lid contra ella a las más violentas, mezquinas y aborrecibles
pasiones del corazón humano: las furias del interés privado”.