SOLIDARIDAD O BARBARIE: DISYUNTIVAS DE LA GLOBALIZACION
“ Una auténtica cultura de la solidaridad ha de tener
… como principal objetivo la promoción de la justicia. No se trata sólo de dar
lo superfluo a quien está necesitado, sino de “ayudar a pueblos enteros -que
están excluidos o marginados- a que entren en el círculo del desarrollo
económico y humano. Esto será posible no sólo utilizando lo superfluo que
nuestro mundo produce en abundancia, sino cambiando sobre todo los estilos de
vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de
poder que rigen hoy la sociedad ”
Mensaje de S.S. Juan Pablo II para la celebración de la Jornada Mundial de la
Paz (1º enero 2001)
INTRODUCCION
La aspiración a construir una “economía de la solidaridad” se funda, ante todo, en un reconocimiento pleno y cabal de los derechos humanos, de su carácter integral e indivisible, a un mismo tiempo civiles, políticos, económico-sociales y culturales.
Este reconocimiento, que no es algo exclusivo del cristianismo sino una raíz
común a toda corriente de pensamiento humanista, nos lleva a sostener que la
“economía de la solidaridad” no alude sólo al fenómeno de la marginalidad y la
pobreza, aun cuando este problema se halle efectivamente en el centro de sus
preocupaciones.
La “economía de la solidaridad” es, ante todo, una propuesta de cambio social global, nacida de una incondicional reivindicación del valor central de la persona y de una seria preocupación por sus condiciones de existencia y los peligros que le acechan en la sociedad contemporánea.
Es una propuesta de cambio fundada a la vez en una percepción clara del
significado y alcance de los problemas globales generados por el desarrollo
económico en curso y de la contribución que desde la ciencia económica es
posible y necesario hacer para la preservación y dignificación de la vida.
Los problemas que encaramos son de tal magnitud que no es posible ilusionarse
hoy con la posibilidad de superarlos mediante el mero despliegue de una acción
asistencial. Como lo señala el Papa, ello sólo podrá lograrse cambiando “los
estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras
consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad”.
Lo que nos proponemos es enfatizar y precisar aquí el agudo contraste que
existe entre una visión solidaria de los problemas que la economía tiene el
deber de asumir, encarar y superar y la desoladora realidad que ella exhibe
hoy, tanto en el plano de la acción como del pensamiento.
Lo haremos mediante tres pasos sucesivos:
1. destacando las profundas contradicciones que marcan al actual proceso de globalización de la economía
2. señalando la incidencia que las realidades aludidas han de tener sobre la propia ciencia económica y sus métodos
3. identificando las grandes disyuntivas que la situación histórica de hoy plantea ante nosotros
LA CARA
OCULTA DE LA GLOBALIZACION
En su informe a la reciente “Cumbre del milenio”, el Secretario General de las Naciones Unidad, Kofi Annan se vale de la metáfora de la “aldea global” para hacer un claro y descarnado diagnóstico de la situación social del planeta. Supongamos, nos dice, que el mundo es una "aldea planetaria" de sólo 1.000 habitantes. ¿Cuál sería su aspecto y sus principales problemas?
- Unos 150 de los habitantes viven en una zona próspera
de la aldea y aproximadamente otros 780 en barrios más pobres.
- El 86% de toda la riqueza está en manos de sólo 200
personas, mientras que casi la mitad de los aldeanos sobreviven con menos de 2
dólares al día.
- En los últimos años, la aldea ha sufrido cada vez con
más frecuencia desastres naturales relacionados con el clima ... mientras que
la temperatura media es claramente más elevada.
- Cada vez hay más indicios de que existe una relación
entre esas dos tendencias y que el calentamiento está relacionado con el tipo y
la cantidad de combustible que se utiliza tanto en los hogares como en la
industria.
- Las emisiones de carbono, que son la causa principal
del calentamiento, se han cuadruplicado en los últimos 50 años..
¿cuánto tiempo puede sobrevivir una aldea en esas condiciones si no se toman
medidas para asegurar que todos sus habitantes puedan vivir sin pasar hambre,
sin estar a merced de la violencia, bebiendo agua potable, respirando aire puro
y sabiendo que sus hijos podrán tener auténticas oportunidades en la vida?
La inquietante pregunta de Kofi Annan nos lleva inevitablemente a otra: ¿cómo
explicarnos un desenvolvimiento económico-social tan paradójico y
contradictorio como el actual?
En la medida en que toda decisión económica encuentra su coherencia en un
proyecto capaz de suministrar un sentido unificador a la acción del sujeto, la
comprensión del significado global de este proceso exige observar e interpretar
la acción que despliegan los agentes, especialmente la de aquellos que detentan
poder.
Desde esta perspectiva los sujetos claves que ejercen una influencia decisiva
sobre el curso de los acontecimientos son las ETN, los organismos
internacionales rectores del sistema económico vigente, los gobiernos
encargados de administrar los espacios económicos nacionales y, de un modo creciente,
los megaespeculadores.
Las ventas de las ETN superan hoy los flujos asociados al comercio mundial, del
que además alrededor de un 40% es intrafirma, al tiempo que generan la mayor
parte del flujo internacional de capitales, destacando la inversión extranjera
directa como uno de los mecanismos fundamentales de su expansión.
Existe hoy un orden mundial plasmado en un marco institucional que regula las
relaciones económicas del mundo y que se sustenta en las reinantes relaciones
de poder. Forman parte fundamental de él la Organización de las Naciones
Unidas, las instituciones de Bretton-Woods y las reglamentaciones del GATT que
culminaron con la reciente constitución de la Organización Mundial de Comercio
(OMC)
Pese a su carácter de organismo intergubernamental, el FMI opera hoy en
beneficio de las instituciones crediticias privadas, esforzándose por evitar
que insolvencias de los deudores del Tercer Mundo afecten sus compromisos con
los bancos privados y repercutan en las economías de los países capitalistas
industrializados.
Lo mismo ocurre con el BM que, contraviniendo sus objetivos constitutivos,
opera preferentemente en el fomento de las inversiones privadas, reduciendo el
desarrollo productivo de los Estados miembros a las consecuencias que, en su
concepción, se derivarían inevitablemente de las estrategias adoptadas.
Las ETN aparecen así como las grandes beneficiarias de la actividad de las
instituciones de Bretton Woods. No en vano 78 de las 100 mayores ETN pertenecen
a los cinco países con mayor cuota en el FMI y en el BM. Ellas no tienen el
estatus de sujetos de Derecho Internacional, lo que les permite actuar sin
tener que dar cuenta más que a sus propios accionistas.
Por otra parte, a menudo dichos organismos internacionales no hacen más que
brindar una cobertura jurídica a las decisiones de los Estados que los
controlan. Ello permite atribuirles a éstos, tanto en el plano político como
jurídico, una responsabilidad concurrente a la de la organización: han sido
ellos quienes han impedido su reforma en la línea solicitada por la ONU.
No cabe pasar por alto tampoco la responsabilidad de los Gobiernos de los
países subdesarrollados: la mala gestión de los fondos, la fuga de capitales,
el incremento de las desigualdades sociales internas, el despilfarro en gastos
de defensa, la falta de participación y en general la connivencia de los
sectores dominantes con las políticas de ajuste, suelen ser disimuladas tras la
cortina del FMI y el BM.
Otro de los actores que ha ido adquiriendo creciente significación en este
proceso de globalización de la economía es el megaespeculador. Sus instrumentos
preferidos son los “derivados”, cuyas operaciones alcanzan un monto anual
cercano a los 150 trillones de dólares, varias veces superior al PIB de los
EEUU y del mundo.
La pregunta aún sin respuesta es ¿por qué todos los intentos oficiales de
revertir las tendencias globales hacia una mayor polarización y desigualdad
social, a escala planetaria, regional o nacional terminan en el fracaso? ¿Y por
qué, pese a ello, no se plantea en los medios académicos o gubernamentales un
cuestionamiento serio de las orientaciones seguidas hasta ahora?
Es del todo evidente que, al contrario de lo que proclama el credo neoliberal
dominante, en el sistema económico actual los mecanismos de mercado no generan
en forma espontánea una situación de equilibrio, sino desequilibrios cada vez
más pronunciados.
La realidad económica desmiente así, en forma categórica, uno de los supuestos
más persistentemente asociados a la tesis de “la mano invisible”: que ella
permite armonizar los intereses de los agentes individuales con los intereses
generales de la sociedad.
A la base de los formidables desequilibrios que hoy se observan en la economía mundial, proyectando su sombra sobre condiciones de vida de la población, es posible visualizar, como sostiene Samir Amin, la presencia de al menos cinco monopolios claves:
1. el monopolio tecnológico
2. el control de los mercados financieros mundiales
3. el acceso monopólico a los recursos naturales del
planeta
4. el monopolio de los medios de comunicación
5. el monopolio de las armas de destrucción masiva
Así, el significado de lo que está ocurriendo salta a la vista: que en virtud de una racionalidad económica de efectos tan previsibles como contradictorios, el éxito de unos supone al mismo tiempo el fracaso de los otros.
De allí nace la polarización social a escala planetaria que hoy presenciamos.
En lugar de decrecer, la brecha entre pobres y ricos no cesa de acrecentarse.
De este modo, más allá de las deslumbrantes apariencias de una satisfecha
sociedad de consumo, la humanidad se encuentra enfrentada hoy a su más profunda
y decisiva crisis. Jamás la contradicción entre el potencial productivo
acumulado y las necesidades básicas de la mayoría de la población del planeta
había sido tan grande y a la vez tan injustificada como ahora.
Disponemos hoy de los conocimientos, los medios técnicos y los recursos que nos
permitirían garantizar a todos los habitantes del planeta su derecho a disfrutar
de una vida digna, confortable y segura, pero los criterios de racionalidad
económica imperante, divorciados de toda consideración ética humanista, nos
impiden hacerlo.
Más grave aún, tenemos clara conciencia de los mortales peligros que el curso
seguido por el desarrollo económico-social ha generado para la humanidad toda,
pero una vez más los criterios de racionalidad económica imperante nos impiden
conjurarlos.
Hace ya treinta años la comisión de expertos del MIT convocada por el “Cub de Roma” para estudiar el impacto de la actividad económica “moderna” sobre el medio natural dió la campanada de alerta al resumir sus conclusiones en los siguientes términos:
“1) Si se mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población
mundial, industrialización, contaminación ambiental, producción de alimentos y
agotamiento de los recursos, este planeta alcanzará los límites de su
crecimiento en el curso de los próximos cien años.
2) Es posible alterar estas tendencias de crecimiento y establecer una condición
de estabilidad ecológica y económica que pueda mantenerse durante largo tiempo.
El estado de equilibrio global puede diseñarse de manera que cada ser humano
pueda satisfacer sus necesidades materiales básicas y gozar de igualdad de
oportunidades para desarrollar su potencial particular.
3) Si los seres humanos deciden empeñar sus esfuerzos en el logro del segundo
resultado en vez del primero, cuanto más pronto empiecen a trabajar en ese
sentido, mayores serán las probabilidades de éxito. “
EL SESGO IDEOLOGICO DE LA CIENCIA ECONOMICA
La persistente insensibilidad o impotencia del pensamiento económico
convencional ante los graves signos de crisis civilizatoria antes descritos es
más que suficiente para constatar el irremediable fracaso del paradigma
económico dominante en todas sus versiones.
Cabe recordar que la ciencia económica nació íntimamente vinculada a las
inquietudes surgidas en el ámbito de la filosofía moral sobre el significado e
implicancias de las nuevas formas de relación y organización que van abriendo
paso al establecimiento de la sociedad moderna para la vida social del ser
humano.
En esta perspectiva, el objeto último de la actividad y el pensamiento
económico es descubrir y poner en práctica el mejor modo de organizar y
desarrollar socialmente el necesario intercambio entre el ser humano y la
naturaleza con vistas a la mantención, reproducción y enriquecimiento de su
vida.
Sin embargo, aquél vínculo original entre la filosofía moral, ancestralmente
preocupada por el logro del bien común, y la actividad y el pensamiento
económico convencional, interesados creciente y preferentemente en la
valorización del capital, se fue progresivamente debilitando hasta disiparse
casi por completo.
Las desastrosas consecuencias de ello se tornan cada vez más evidentes en la
misma medida en que el vertiginoso progreso técnico incrementa en forma notable
y continua la fuerza que el ser humano es capaz de desplegar sobre la
naturaleza, pero lo hace guiado por móviles exclusivamente egoístas y situados,
además, sobre un horizonte visual de corto plazo.
Lo anterior nos lleva a preguntarnos por la responsabilidad que en todo esto le
cabe al sujeto. A casi todos nosotros nos resulta bastante familiar aquella
clásica definición del hombre como un “animal racional”. La diferencia
específica que esta definición invoca es el atributo de la racionalidad.
Sin embargo, el tipo de racionalidad que se ha ido imponiendo en la sociedad
actual no está centrada ya en los fines sino en los instrumentos. La
preocupación por la optimización de los procesos con vistas a una mayor
eficiencia y eficacia de la acción va desplazando hasta hacer olvidar la
pregunta por el propio sentido y justificación de la acción.
Desde la perspectiva de la teoría económica convencional esto tiene sentido en
la medida en que la realidad económica parece imponerse como una fuerza
natural, ciega e inexorable, sobre la voluntad y los deseos de los individuos.
Esto a su vez los exculpa de toda responsabilidad por la marcha de los
acontecimientos y sus resultados ya que, en definitiva, escapan a su control.
Por el contrario, todo intento de influir sobre ellos con propósitos
“altruistas”, resultaría a la postre contraproducente. La mayor desgracia
entonces no es ya la de ser despiadadamente explotado sino, mucho peor aún, la
de ser excluído; pasar del tercero al cuarto “mundo”.
Ese objetivismo ciego de inspiración positivista cumple en los hechos una
definida y efectiva función ideológica: dar sustento a un discurso de
legitimación de carácter tecnocrático, que acota el debarte y excluye de
antemano la posibilidad de toda otra opción económica sustantiva.
A la base de ese discurso se halla un individualismo antropológico, crudamente
sintetizado en la máxima “homo homini lupus”, que asume como algo enraízado en
la naturaleza humana la lucha interminable de todos contra todos. Resulta
ingenuo suponer por tanto que el divorcio que se opera entre los resultados de
la acción y el interés general responda a meros errores de cálculo.
Para Hayek, uno de los principales exponentes contemporáneos del pensamiento liberal, el término “justicia social” representa un anacronismo, equivalente a lo que en épocas pasadas solía llamarse “justicia distributiva”, inaplicable a los resultados de una economía de mercado porque,
“ no puede haber justicia distributiva donde nadie distribuye. La justicia
tiene sentido sólo como una regla de conducta humana y ninguna regla concebible
para la conducta de los individuos que se ofrecen entre sí bienes y servicios
en una economía de mercado producirá una distribución que pueda describirse con
significado como justa o injusta ”. (Hayek, 1989:182)
La visión idílica de Hayek sobre la vigencia de tales principios “objetivos” e
“impersonales” como base y fundamento de esta “sociedad de hombres libres” no
choca sólo contra la realidad: choca también contra sí misma. Si la propiedad
es la base de la libertad, entonces hay que coincidir con el Marx del
“Manifiesto” y concluir que la gran mayoría de los seres humanos no pueden ser
libres en una sociedad como la actual.
Lo que la naturaleza de los problemas que encaramos plantea ante nosotros en el
campo de los conocimientos es, en consecuencia, la necesidad de contar con una
ciencia social crítica, multifacética, integradora y sintética, claramente al
servicio de los intereses, derechos y aspiraciones de la inmensa mayoría de la
población del planeta.
Como contrarréplica al suicidio colectivo que se torna cada vez más inminente,
Hinkelammert postula la necesidad de una ética de la responsabilidad, capaz de
dar sustento y orientación a una ciencia social crítica, que como tal ha de estar
centralmente basada en juicios de hecho.
Pero los juicios de hecho no sólo versan sobre la relación instrumental
medio-fin, rasgo característico de la ciencia económica convencional, sino que
abarcan también el examen de los efectos de un determinado fin sobre la propia
vida del sujeto, condición de posibilidad de todo fin.
Esta última dimensión, claramente diferenciada de la mera racionalidad instrumental, puede captarse con el concepto de racionalidad reproductiva. Así lo que puede resultar racional para la racionalidad medio-fin, puede no serlo visto desde el punto de vista de la racionalidad reproductiva. Se trataría entonces de
a) analizar las acciones medio-fin bajo el punto de vista
de su compatibilidad con la racionalidad reproductiva
b) establecer criterios para asegurar la subordinación de
la racionalidad instrumental a la reproductiva
Se requiere, en suma, operar un vuelco radical, una “revolución copernicana”,
en la ciencia económica, para abrir paso a un tipo de cientificidad social
centrada incondicionalmente en el ser humano y sus necesidades fundamentales y
abierta hacia formas de racionalidad más comprensivas, capaces de captar la
unidad y multidimensionalidad de la realidad social. Una ciencia, en
definitiva, al servicio de la construcción de un mundo humano socialmente justo
y ecológicamente sustentable.
UNA
ECONOMIA SOLIDARIA ES NECESARIA Y POSIBLE
El desarrollo de la civilización ha llegado ya al punto crítico en que, por
primera vez en la historia, está poniendo directamente en juego el propio
destino de la humanidad, sus posibilidades de sobrevivencia.
El ser humano ha logrado ya un poder tan inmenso sobre la naturaleza que, junto con las grandes posibilidades que abre para el disfrute de una vida plena para todos, pone también en sus manos la posibilidad destruirla y de liquidarse de ese modo a sí mismo.
Lo que está a la base de esa contradicción, lo que ella expresa, es la
naturaleza también contradictoria del orden social existente y de los intereses
humanos que crea y recrea continuamente.
Se trata, en última instancia, de la contradicción entre el carácter cada vez
más marcadamente social del trabajo, entrelazado en una trama de intercambios
de carácter universal, y el carácter persistentemente individual de la
apropiación, expresado en el alto grado de monopolización alcanzado.
La única salida que se abre frente a la crisis civilizatoria en que nos
encontramos y que se agudiza cada vez más consiste en superar definitivamente
aquella contradicción fundamental, lo cual sólo es posible mediante una
transformación profunda de nuestro modo de organización social.
Ello implica transitar desde la actual sociedad, fuertemente individualista y
competitiva, hacia una sociedad esencialmente fraterna y solidaria, capaz de
conjugar las legítimas aspiraciones de realización individual de cada persona
con los intereses vitales y las aspiraciones más sentidas de la humanidad toda.
La “mano invisible” del mercado como principio regulador nos sujeta a un
criterio de racionalidad económica en que todos se encuentran en guerra contra
todos, legitimando el dominio y la explotación de los más fuertes sobre los más
débiles, degradando hasta tornar irreconocibles los derechos básicos de las
personas y relegando a los márgenes del escenario social las iniciativas de
carácter solidario.
La idea del crecimiento como objetivo central de toda política económica ha
pasado a ser algo de sentido común, en congruencia con los criterios de
racionalidad económica vigentes, centrados en la valorización del capital , y
con los intereses sociales de los que ellos son expresión. Pero confrontada con
las capacidades y necesidades ambientales, la lucha por ese objetivo se revela
como una insensata carrera hacia el abismo.
Nace de aquí la necesidad de una ética de la responsabilidad ligada a la
voluntad de asegurar las condiciones de posibilidad de la vida humana y cuyo
supuesto básico, más allá de cualquier cálculo de utilidad, es el
reconocimiento del otro como sujeto. En esa medida, esta ética surge en
conflicto con el sistema valores imperante, afirmando en cambio aquellos que
son el fundamento de la existencia humana.
Si la sociedad civil es el campo en que se despliega la acción de los sujetos
en función de sus propios intereses y aspiraciones, el entramado institucional
del Estado es el escenario en que ellos pueden y deben ser conjugados. Sólo en
el marco de un Estado democrático, basado en el principio de la soberanía
popular, se puede articular y expresar el interés social.
En consecuencia, al revés de una idea persistentemente propalada por el credo neoliberal, la actividad económica no sólo puede sino que necesita imperativamente ser “politizada” para abrir la posibilidad de alcanzar el objetivo de una vida digna, confortable y segura para todos.